La democracia mexicana se ha ido perfeccionando a través del tiempo.
Durante décadas, un solo partido dominaba la vida pública y en el Congreso apenas había espacio para las voces distintas.
Fue hasta la reforma política de 1977, cuando se crearon las diputaciones de representación proporcional, conocidas como plurinominales, para que los partidos minoritarios tuvieran presencia real en la Cámara de Diputados.
Los diputados de representación proporcional cumplen una función muy clara: garantizar que la diversidad de opiniones de la ciudadanía esté reflejada en el Congreso.
Si elimináramos esta figura, millones de votos que hoy cuentan para que distintas fuerzas políticas tengan presencia quedarían en el vacío.
Ahora bien, lo que en la Cámara de Diputados es indispensable, en la de senadores resulta innecesario e incluso contradictorio.
El Senado fue concebido como la cámara de los estados: ahí no importa cuántos habitantes tenga una entidad, todas deberían tener el mismo peso.
Por eso cada estado elige tres senadores: dos de mayoría y uno de primera minoría. Ese diseño asegura que la voz del Estado de México tenga el mismo peso que la de Colima, por mencionar un ejemplo.
La existencia de senadores plurinominales rompe con esta lógica. Esos escaños no provienen de la decisión directa de los ciudadanos en cada estado, sino de listas partidistas nacionales que distorsionan la representación territorial.
Así, en lugar de que el Senado sea el espacio de equilibrio federal, se convierte en un terreno de reparto político que poco tiene que ver con la voluntad de los electores de cada entidad.
Por eso, más que desaparecer los diputados de representación proporcional, lo que se pudiera revisar son los senadores plurinominales.
Mantenerlos en la Cámara baja es asegurar la pluralidad política del país; eliminarlos en la Cámara alta es fortalecer el federalismo y darle sentido al espíritu original del Senado.
La reforma electoral que se discute debería partir de esta premisa: no se trata de debilitar la representación, sino de afinarla. México necesita un Congreso que combine pluralidad y equidad.
Una Cámara de Diputados que refleje todas las voces.
Solo así podremos tener un sistema político a la altura de nuestra democracia y de la ciudadanía que cada día la hace posible.