Hay decisiones empresariales que ocurren dentro de los límites físicos de una operación: producción, calidad, logística, seguridad. Y hay otras, igual de importantes, que se juegan fuera de ese perímetro. Me refiero a la convivencia con quienes comparten el entorno inmediato de una planta, centro logístico o instalación industrial. Con vecinos, escuelas, trabajadores de otras actividades, instituciones locales. Con comunidades que no solo observan, sino que también sienten, opinan, valoran... y se relacionan.
Durante años, el foco estuvo puesto en el cumplimiento normativo, los indicadores de eficiencia y las métricas de productividad. Pero la sostenibilidad de una operación no depende solo de eso. También se sostiene —o se debilita— en función del nivel de legitimidad que se construya con el entorno. Hoy, operar bien implica convivir bien. Porque lo que sucede fuera del perímetro también influye dentro. Y mucho.
La Licencia Social para Operar no se decreta. Se gana. Y no una vez: todos los días. Se gana con presencia, con coherencia, con apertura. Se pierde con desinterés, con silencio, con distancia.
Hay un activo silencioso que protege a las empresas cuando más lo necesitan: la confianza. Y esa confianza no nace de un comunicado o una donación puntual. Nace de vínculos sostenidos, de conversaciones auténticas, de gestos cotidianos que muestran respeto y voluntad de convivir. Esos gestos no sustituyen la estrategia. Son parte de ella.
Por eso, el relacionamiento comunitario y la comunicación estratégica no son asuntos de relaciones públicas. Son disciplinas que requieren visión, método y experiencia. No se improvisan. Se diseñan. Y cuando se integran de manera orgánica a la operación, se convierten en una ventaja competitiva silenciosa, pero poderosa.
Muchas organizaciones han comenzado a invertir con más decisión en estas capacidades. Algunas lo hacen porque han enfrentado crisis que las obligaron a revisar su forma de interactuar con el entorno. Otras, porque entienden que la sostenibilidad ya no se mide solo hacia adentro, sino también hacia los lados. Lo cierto es que, cuando se gestionan bien, estas herramientas permiten prevenir riesgos, activar alianzas locales, identificar oportunidades de mejora continua y fortalecer la reputación institucional.
No se trata de hacer más actividades, sino de establecer relaciones más auténticas. De dejar atrás el modelo de la filantropía ocasional y avanzar hacia un enfoque de valor compartido. De comprender que una operación que escucha, que se deja ver, que explica con claridad, tiene muchas más posibilidades de ser comprendida, aceptada y respaldada.
Construir estos vínculos exige capacidad técnica, pero también vocación. Implica estar disponible para conversar cuando no hay urgencias. Estar dispuesto a explicar decisiones con transparencia. Escuchar lo que incomoda sin tomarlo como ataque. Y asumir que cada comunidad tiene su propia dinámica, sus códigos, sus liderazgos y su forma de entender el desarrollo.
Lo que sucede fuera del perímetro puede parecer ajeno al negocio. Pero en realidad, es parte de él. Porque cuando hay legitimidad, todo fluye mejor. Y cuando no la hay, hasta lo cotidiano puede volverse cuesta arriba.
Cada empresa conoce sus procesos al detalle. Pero conocer su entorno con la misma profundidad puede marcar la diferencia entre sostener una operación a largo plazo o enfrentar resistencias inesperadas. Y eso, más que un desafío, es una oportunidad estratégica.
