Adolfo González
Los sectores de menos ingresos son, en conjunto, indiferentes, tanto en la aprobación como en las calificaciones altas de López Obrador, contrario a lo que con frecuencia afirma el presidente. Son los que reciben dinero los que lo apoyan.
El apoyar a López Obrador, para los beneficiarios de los programas sociales, al fin y al cabo en una transacción económica, este amor deja un regusto amargo, tal vez resignado, algo perro.
Hay una correlación clara entre los avances de AMLO y los apoyos sociales, pues quienes lo perciben son su fortaleza más sólida.
Cierto es que este tipo de manifestaciones “populares” en forma de quema de muñecos no es nada nuevo. Esa fue la tibia condena del feo aquelarre por parte de AMLO.
La conspiración de los pendejos campa a sus anchas porque los polarizados, de forma natural, hacen más ruido que los moderados, encubriendo realidades lacerantes, y es ahí donde López se siente cómodo.
Las marchas del domingo no han interrumpido los salmos y letanías de adoración al líder y que AMLO sigue siendo dios y quizá Claudia, ahora, su profeta.
López Obrador no es más que un tuerto en un país de ciegos, que necesita periódicamente engrasar su clientela con dádivas, lo cual cada vez le funciona menos.
Los avances de Ebrard confirman que el canciller se perfila como opción válida y racional dentro de Morena, incluso entre sus oponentes, ya que la realidad es que enfrente no hay alternativas.
Muchos ven en Marcelo Ebrard el regreso a la razón, aunque por ahora persiste el empate técnico con Claudia Sheinbaum. Esto será cosa de dos.
Hay un México silencioso pero harto, quizá más numeroso de lo que parece, que lo que desea es un regreso a la racionalidad, venga esta de donde venga.
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