Que nos den enero al menos, alcemos la cabeza y tomemos aire tal cual las ballenas.
En vísperas de otro año que se va no hay lugar para el aburrimiento ni para dejar de acumular sapos de tanta cosa que ocurre por ahí afuera. Ya son tantos que pareciera necesario subirse a un Fórmula 1 cuanto antes para que se precipite el 31 de diciembre. Que nos den enero al menos, alcemos la cabeza y tomemos aire tal cual las ballenas inhalan y exhalan fuera del agua y se quitan parásitos, que bien puede ser una metáfora sobre nosotros mismos.
No era cuestión de entrar en avistamientos de pájaros de mal agüero para comprobar que la cumbre medioambiental de Belén, Brasil (COP30), terminaría en un fiasco más, similar a otros, simplemente porque no hay interés de la clase política en frenar la destrucción ambiental, como se ha comprobado también en las falsedades que cubrieron el desgajamiento de centenares de hectáreas de la selva maya por un tren de escasa clientela.
Por ahí le siguen los expeditos congresistas de mayorías disciplinadas procrastinando hasta el último día, que lo mismo legislan sobre el agua aunque no tocan los agujeros legales para hacer uso del fracking, o dejan a las industrias la decisión de autorregulación en el cuidado del medioambiente con la Ley General de Economía Circular, como para cerciorarnos con más ejemplos del porqué del fracaso de Belén. Pero al mismo tiempo la linagliptina no se halla en hospitales del IMSS y los médicos de Pemex en los estados recurren a sus pacientes para la compra de antibióticos y medicamentos postoperatorios, temas muy ajenos a la reformada Ley de Salud, centrada en la mediática prohibición de los vapeadores. Defendemos la salud de los jóvenes, han justificado, aunque a ellos no se los consulta.
Prohibido prohibir debería resonar como un eco incesante, pero eso es demasiado revolucionario, demasiado de izquierdas para estos tiempos. Aunque lo revolucionario ha cambiado de bando, por acierto de unos y conformismo de otros. Hasta los tipos de letras que leemos a diario llevan la carga de la ideología, nos acabamos de enterar. Eso parece con la fuente Calibri, considerada un “derroche woke”, o sea, demasiado progresista, demasiado de izquierda, quizá la punta de lanza para algún vanguardismo armado. El Departamento de Estado estadounidense así la ha catalogado y por eso sustituido en sus documentos por la clásica Time New Roman (decorosa y profesional), que pasa al bando del ideario ultraderechista como la prefieren los revolucionarios trumpistas.
Hay de sapos a sapos en esto de tragar inquina a diario y no solo por los colegas que en el tránsito te tiran encima sus vehículos, la hipoteca imprescindible si pretendes asistir a algún partido del próximo mundial de futbol, la nada de presupuesto (0.036% en 2024) destinado a buscar desaparecidos, o que el presidente de la Suprema Corte de Justicia designará a quiénes quiere como sus candidatos a jueces en elecciones populares. Se lanzan camuflajes para el futuro como inversiones equivalentes al 25% del PIB, que suenan a derroche de palabras, pero la realidad golpetea por otro lado. Lo digo por el precio del bistec de res en ascenso (18.8% interanual), la leche casi 9%, el transporte 6%, y habrá que ver cómo llega el costo del pavo al 25 –¿le impactará el saqueo reciente de un camión en Veracruz? –, porque la Navidad está a la vuelta de la esquina.
“La buena vida llega sin aviso: / erosiona los climas de la desesperación / y se presenta, a pie, de incógnito, sin ofrecerte nada, / y tú estás ahí”, escribió el canadiense-estadounidense Mark Strand. Así estamos, sí, enhiestos, plantando cara al vendaval, desconfiados de que en algún momento se transforme en brisa. Predispuestos a que la incógnita nos toque por un rato.