El Parque Fundidora, un espacio emblemático de Monterrey, ha sido históricamente un símbolo de transformación urbana y patrimonio industrial. Sin embargo, en los últimos años, su esencia pública ha sido progresivamente desplazada por una lógica mercantilista que prioriza el lucro sobre el acceso ciudadano.
Siento un gran cariño por este espacio, donde como muchos habitantes de esta ciudad, he pasado gratos momentos familiares, participado en eventos deportivos y asistido a diferentes espectáculos.
Además, la antigua Fundidora de Hierro y Acero de Monterrey fue el empleo de mi abuelo materno durante más de 40 años.
Y no es que esté en contra de que el ahora principal parque y pulmón urbano de la ciudad reciba ingresos de los ciudadanos y los comercios que aprovechan el tráfico de personas para generar negocio.
Sin embargo, pareciera que están dispuestos a seguir estirando la liga con costos cada vez más altos, así como cobros injustificados o ineludibles, como el del estacionamiento.
Recientemente acudí con mi familia a visitar los museos que están en el interior del parque, consciente de que tendría que pagar estacionamiento, más las entradas de las atracciones y lo que ahí consumiéramos, pero a la entrada del principal estacionamiento me informaron que había un evento y que había cuota única de 200 pesos.
Al explicarle que no iba a ese evento, sino a los museos, un empleado me dijo que ya no había espacios disponibles, que los organizadores del evento habían rentado el estacionamiento y aunque no fuera al mismo tendría que pagar $200 pesos, independientemente de la cantidad de horas que iba a utilizarlo.
Me negué y tuve que estacionarme en Cintermex, pues todos los demás espacios estaban llenos o cerrados, para enfrentarme con que el centro de convenciones carece de conexión con el Parque Fundidora, por lo que nos tocó caminar casi 1 kilómetro hasta los museos, para darme cuenta de que la alta afluencia de gente supera la capacidad del personal de limpieza para mantener limpios los baños.
Además, había un evento tipo feria, donde había locales con venta de postres y snacks, donde para entrar a gastar y consumir, tenías que pagar $100 pesos más por persona sólo por el derecho de acceso.
Lo que alguna vez fue un parque accesible para todos, hoy se ha convertido en un terreno donde cada metro cuadrado parece estar monetizado. El cobro excesivo de estacionamiento es uno de los ejemplos más evidentes de esta mercantilización, donde la falta de regulación clara y la ausencia de transparencia han generado inconformidad entre los visitantes, ya que por lo regular te das cuenta de lo que te costará el estacionamiento hasta que estás ingresando al mismo y hay una cola de autos detrás del tuyo.
La mercantilización de Fundidora plantea una pregunta crucial: ¿hasta qué punto un espacio público puede ser explotado comercialmente sin perder su esencia? La comunidad ha expresado su descontento, incluso promoviendo iniciativas para recuperar el acceso gratuito al estacionamiento. Sin embargo, la tendencia parece inclinarse hacia una mayor privatización de los servicios dentro del parque.
Si Fundidora sigue este camino, corre el riesgo de convertirse en un modelo de exclusión, donde el acceso depende del poder adquisitivo y no del derecho ciudadano a disfrutar de un espacio público. La ciudad debe decidir si quiere preservar Fundidora como un parque para todos o permitir que siga su transformación en un negocio más dentro del paisaje urbano de Monterrey.