El Partido Acción Nacional nació como conciencia crÃtica de la República, tribuna de decencia en medio de la abyección polÃtica del siglo XX.
Hoy, el PAN parece resignado a ser una mala copia de sà mismo: una maquinaria agotada que todavÃa se siente opositora, aunque ya nadie le crea, ni siquiera sus propios militantes.
Hace décadas los panistas hablaban de principios, de doctrina, de democracia. Hoy hablan de alianzas, cargos y candidaturas recicladas.
Si Gómez Morin levantara la cabeza, volverÃa a enterrarse de inmediato: su partido, el que aspiraba a ser una alternativa ética frente al poder autoritario, se volvió un remedo del pragmatismo que juraba combatir.
La tragedia del PAN no es solo su derrota electoral —porque los partidos pierden y ganan— sino su derrota moral. Sus discursos están huecos, parecen repetidos, como si bastara pronunciar la palabra “corrupción†para esconder la propia. Mientras se aferra al espejo retrovisor de sus gobiernos pasados, el paÃs mira hacia adelante buscando otra cosa, cualquier cosa que no huela a lo mismo.
El blanquiazul se ufana de ser el último bastión de la oposición. Quizá lo sea. Es un bastión vacÃo. Un castillo de arena defendido por quienes no entienden que la democracia se preserva con ideas frescas, congruencia y valentÃa moral.
En cambio, el PAN se convirtió en un club de sobrevivientes: cuadros envejecidos, dirigentes que confunden la negociación con la claudicación, y jóvenes que se marchan antes de que el desencanto los contagie.
No todo está perdido. Hay cuadros valiosos, gobiernos locales con buenos resultados, y una militancia que recuerda que la polÃtica puede ser servicio y no botÃn. Pero la dirigencia prefiere el cálculo a la convicción, la alianza vergonzante con los residuos del PRI antes que reconstruir un proyecto moderno.
El paÃs necesita una oposición fuerte. No una oposición que se oponga por reflejo, ni que viva de la nostalgia de los años en que gobernó. Necesita una derecha democrática, moderna, con visión social y que hable de futuro sin pedir disculpas por existir. El PAN podrÃa ser eso. Tiene historia, estructura, un electorado fiel. Lo que no tiene —y ahà está su ruina— es coraje para reinventarse.
Hace poco, en octubre de 2025, el PAN presentó un nuevo logo, una imagen renovada, una promesa de “apertura total†a la ciudadanÃa para afiliarse, ser candidato y participar vÃa primarias, rumbo al 2027.
También anunció que dejarÃa atrás las alianzas tradicionales, especialmente con el Partido Revolucionario Institucional (PRI), para caminar con su propio nombre.
Quizás el relanzamiento buscaba eso: renovar. Pero la palabra renovarse no basta si lo que viene es lo mismo con otro nombre.
¿Se trata de cambio real o cosmético? El PAN insiste en que habrá elecciones internas abiertas, encuestas para definir candidatos, afiliación digital inmediata sin burocracia.
Pero la pregunta que muchos se hacen: ¿arrepentimiento profundo o maquillaje rápido de cara a la contienda?
Si el PAN aspira de nuevo a ser una alternativa para el bien del paÃs tendrá que empezar por autocrÃtica real, profunda. Tendrá que dejar de fingir que todo se resolverá cuando el gobierno se equivoque o cuando el electorado “reaccioneâ€. No. La democracia no espera a los que se lamentan. Espera los que actúan.
Acción Nacional tiene la oportunidad —tal vez la última— de volver a ser un partido con sentido, con rumbo, no solo con registro. Pero para lograrlo tendrá que sacudirse su comodidad, expulsar el cinismo que lo ha invadido, volver a mirar a México, no al espejo. Si no lo hace, seguirá siendo exactamente eso: PAN con lo mismo.
Tiempo al tiempo.