Un personaje muy interesante en la vida de los políticos es el estratega o asesor principal. El estratega es evaluado en función del éxito o fracaso del político. Se manejan en un marco axiológico muy flexible: pueden hacer diabluras no solo con los adversarios sino también con su cliente (la más común, mantenerlos engañados diciéndoles que todo va muy bien, aunque se esté hundiendo el barco).
A diferencia del estratega, el estadístico se mueve en un marco axiológico muy estricto al realizar encuestas, y no sólo ante sus clientes, el compromiso ético es también ante sus entrevistados (debe respetar el anonimato) y ante la población estudiada, cuando los resultados de encuestas se hacen del dominio público.
Para los clientes, el estadístico es una suerte de puercoespín porque, como ya hemos señalado, su compromiso no es solo con él, a diferencia de los estrategas, que a ellos se pueden entregar en cuerpo y alma.
El punto aquí es que, con todos los inconvenientes ya dichos, el cliente y el estratega dependen del estadístico para configurar la estrategia y sus replanteamientos.
También necesitan del estadístico para orientar la táctica, pero esto rebasa el estado intelectual actual de los estrategas (con excepción de los que son mis clientes).
Es claro que para los estrategas el estadístico es una tarántula entre las nalgas, pero de eso hablaremos en la próxima lección.