Héctor Guerrero
La historia demuestra que cuando el poder se ejerce como imposición y la soberanía se reduce a consigna, el orden internacional se debilita.
Para Estados Unidos, México no solo es vecino: es frontera, amortiguador, corredor económico y pieza indispensable de su seguridad interna.
Con la llegada de Godoy no se busca autonomía técnica, se busca lealtad política. No se elige a quien incomode al poder, sino a quien lo acompañe.En otro tiempo, eso se negaba con vehemencia. Hoy se asume sin pudor.
Con una reforma mal diseñada, la independencia del poder judicial quedó expuesta a fuerzas cuyo interés principal no es la Constitución, sino la continuidad de sus propias parcelas de poder.
La juventud mexicana continúa siendo tratada como material desechable por todos los partidos. Son un recurso electoral cuando conviene, una amenaza cuando se organizan y un estorbo cuando exigen definiciones.
Empatar la consulta con elecciones intermedias abre la puerta a una revocación convertida en herramienta de disciplinamiento territorial y en ceremonia de legitimación controlada.
El Estado sustituyó la estrategia por el ritual. Frente a cada crimen, ofrece condolencias, convoca reuniones y despliega soldados. Los operativos se transforman en escenografía; la presencia institucional, en simulacro.
Los bloqueos, los camiones varados y las comunidades afectadas muestran que las palabras oficiales chocan con la realidad.
Mientras se aferra al espejo retrovisor de sus gobiernos pasados, el país mira hacia adelante buscando otra cosa, cualquier cosa que no huela a lo mismo.
En un país donde el abuso de poder ha sido la constante histórica, arrebatar el amparo equivale a desarmar a la sociedad. Y cuando la ley deja de protegernos a todos, deja de ser ley: se convierte en instrumento del miedo.
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